Viajar a Los Carnavales de Brasil, El centro del universo

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Fue la primera vez que me adentraba en las entrañas de un carnaval. La verdad que nunca fui muy aficionada a esta celebración, aún así siempre había encontrado espectaculares los de Brasil, que cada año emitían por televisión. ¡Alguno único a la vez que espectacular!


 
Accedí a la sociedad Rosas de Ouro porque la madre de una persona muy cercana a mí bailaba en esa compañía, y ambos tuvimos la oportunidad de ir a uno de sus ensayos. El local donde se reunían era inmenso, del tamaño de una nave industrial; las calles colindantes estaban desiertas, y al entrar al recinto lo primero que vimos fue una cabeza gigante caída en el suelo procedente de una de las carrozas del año anterior que de esa manera nos daba su peculiar bienvenida al recinto.

Brasil - Fotografia: Montserrat Marín Raffo 
En la parte exterior del recinto yacían más carrozas que habían utilizado durante los espectáculos de otros años. Las figuras parecían sacadas de unas fallas valencianas, eran bonitas, gigantes y coloridas, aunque el paso del tiempo y la falta de mantenimiento había repercutido profundamente en su estética. Como si de una muñeca de la que se han cansado de jugar con ella se tratara, la enorme cabeza permanecía allí como un juguete abandonado. Otras muchas figuras como cabezas de dragones, pirámides, leones o calaveras, también reposaban en el mismo lugar tiradas entre coches y grúas.
 
Al fondo del patio estaban las nuevas figuras que adornarían las carrozas del carnaval del siguiente año. Éstas permanecían perfectamente alineadas y coquetamente expuestas, eran como juguetes nuevos, eran la obra en la que los artistas todavía estaban trabajando y que en breve cobrarían vida propia.
 
Era el mes de noviembre, y en la sociedad de samba mucha gente estaba nerviosa porque llegaba el mes de febrero y con él, el espectacular carnaval. La escuela de samba trabaja durante todo el año para que todo salga perfecto en el sambodromo el día de la competición; yo no entendía el porqué de tanto estrés, cuando todavía quedaba meses para el próximo carnaval, pero una de las bailarinas me dijo:
 
”Querida, esto es muy importante porque viene gente de todas los rincones del planeta a vernos y ese día nosotras seremos el centro del universo.”
 
Las chicas iban de un lado a otro, mientras el profesor las intentaba alinear sin mucho éxito, intentando no perder la paciencia. Cuando parecía que las chicas estaban ordenadas, sonaba la música y el profesor guiaba los pasos mientras otras dos chicas que estaban sentadas observando la escena iban tomando apuntes de lo que estaba pasando.
 
Habían personas de todas las edades, y con físicos de lo más variados, pero todas tenían algo en común y era su manera de moverse. Era un movimiento no forzado, ligero y rápido; cuando sonaba la música la cara de estrés desaparecía rápidamente gracias a la enorme sonrisa que se dibujaba en los rostros de las chicas, y el movimiento de sus cuerpos fluía de una manera muy natural al compás de la música.
 
En la sala de al lado estaban ensayando los tambores, formaban filas y cuando alguien desentonaba, como castigo le hacían repetir la sintonía únicamente a esa persona. Alguien se acercó a mi y me pidió que no colgara las fotos de los tambores en internet porque este año por primera vez en la historia de los carnavales de São Paulo habían traído un tipo de tambores procedentes de Estados Unidos que se utilizarían para el carnaval, y esa era una de las grandes sorpresa que tendría la asociación durante su desfile. Muchas cosas que acontecían en el recinto eran como una receta secreta, que se cocinaba a fuego lento para sorprender a los comensales que vendrían en febrero para su degustación. Los chicos estaban concentrados y se podían apreciar las gotas de sudor en su frente mientras tocaban sus nuevos tambores.
 
Mientras tanto en otra pequeña sala más escondida una colla de chicos tocaban alegremente otro tipo de tambores tradicionales, estos sí parecían disfrutar del momento, no se palpaba nada del estrés que se veía en los otros grupos, bromeaban y bailaban mientras tocaban su música.
 
El último grupo danzaba mientras ondeaban unas banderas al ritmo de la música, eran menos personas y estaban muy coordinados. En lugar de los bailarines parecía que fueran las mismas banderas gigantes quienes se movían al compás de la sintonía.
 
Cada sala del local parecía un mundo aparte, todos repetían sin parar los ensayos hasta que llegó el momento de ir a la sala principal para hacer el ensayo conjunto de la coreografía.
 
La sala principal estaba repleta de cuadros y galardones de todos los festivales en los que había participado la asociación año tras año desde la década de los 70. Allí estaban todos correctamente posicionados: los chicos que tocaban los tambores viejos, los que hacían bailar a las banderas, las sambistas y la orquesta principal con sus nuevos instrumentos. Todos ellos realizaban la coreografía una y otra vez hasta que todo saliera perfecto. El profesor de danza bailaba y bailaba sin parar y las chicas intentaban repetir sus pasos. Desde la tarima de la sala donde yo estaba situada, el espectáculo parecía un mar repleto de gente moviéndose, como si las personas fueran olas que al acercarse a la tarima desaparecían como la espuma del mar, para después volver a surgir desde el fondo de sala bajo el ritmo de los tambores del carnaval Brasileño.
 
Miro hacia atrás porque hace un tiempo que dejé Brasil, nunca tuve la oportunidad de verles en directo en el sambódromo bailando durante los carnavales. Para esa época ya volví a Barcelona, la ciudad que quise abandonar en diversas ocasiones, y a la que siempre me vi obligada a volver. Desde la pantalla de mi ordenador seguí el espectáculo que por unos días acaparó la atención de todo el planeta con su música, su carnaval y sus bailes.
 


Redacción: Montserrat Marín Raffo - Luxurynews

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